Cosas a saber sobre el protocolo de Kioto
Miembros
 representativos de 39 gobiernos elaboraron y firmaron, en Diciembre de 
1.997, en Kioto, Japón, un Protocolo por el que se comprometían, una vez
 que fuese ratificado el proyecto por un número suficiente de países 
—cuyas emisiones conjuntas de CO2 o equivalentes superasen el 55 % de 
las emisiones globales—, a llegar entre el año 2008 y el 2012 a una 
reducción total de sus emisiones de CO2 de un 5% con respecto a los 
niveles emitidos en 1990. El tratado ha sido ratificado por la Unión 
Europea pero no por los Estados Unidos. Cuando por fin el gobierno de 
Rusia se decidió a ratificarlo, el tratado entró en vigor en Febrero del
 2005 (por haberse alcanzado entre los firmantes el 55% de las emisiones
 globales).
 
 
Los
 objetivos a cumplir en el tratado original son diferentes para cada 
país. Así, a los países de la Unión Europea se les permite que se 
repartan entre ellos las cuotas de reducción, para satisfacer un total 
de bajada del 8%. El reparto permite que países de este grupo, como 
España, aumenten sus emisiones en un 15 % (… pero al acabar el 2005 ya 
eran un 50 % superiores a las de 1990).
A
 pesar de que algunos países europeos, como España, difícilmente 
cumplirán lo pactado, es muy posible que el conjunto de la Union Europea
 sí lo logre, sin necesidad de aplicar nuevas políticas, ni sufrir 
nuevos costes (si bienlas emisiones del sector transporte han aumentado 
ya un 20 % entre 1990 y 2001…). Por eso algunos países de Europa son el 
motor del pacto, ya que es fácil firmar algo cuando no hay que 
sacrificar gran cosa. En efecto, Alemania, gracias al cierre de 
industria pesada tras su reunificación con la parte oriental rebajó sus 
emisiones per cápita de 12,2 toneladas/año en 1990 a 10,5 toneladas/año 
en 2004; el Reino Unido gracias al paulatino abandono del carbón desde 
los tiempos de Thatcher y su apuesta por el gas y la energía nuclear, 
pasó de 10,4 toneladas/año en 1990 a 9,6 toneladas/año en 2004; y 
finalmente, Francia, gracias a su opción de electricidad nuclear (el 80 %
 de su producción) pasó de tener en 1990 unas emisiones de CO2 per 
cápita de 6,5 toneladas/año a tener en 2004 unas emisiones de 6,7 
toneladas/año. Sin embargo, las emisiones per cápita de España 
aumentaron de 5,7 toneladas/año en 1990 a 9.0 toneladas/año en 2004 
(fuente: EIA).
 
El
 telón de fondo del apoyo de estos países de Europa al Protocolo de 
Kioto es la política europea de abandono del carbón como fuente de 
energía eléctrica, en favor de las centrales movidas por energía nuclear
 y por gas metano. En efecto, la combustión de gas natural (metano) en 
las turbinas para la obtención de energía eléctrica emite 
aproximadamente 370 gramos de CO2 por cada kWh producido, frente a 750 
gramos por kWh en las turbinas movidas por carbón. Razón por la cual se 
denigran las ventajas del carbón, combustible barato y abundante, 
presentándolo a la población como sucio y anticuado. Apenas se menciona 
el motivo de la falta de competitividad del carbón europeo frente a los 
carbones de otros países exportadores, que gozan de minas a cielo 
abierto, de mucha más fácil explotación.
El
 problema es diferente con Estados Unidos, país al que se le pedía una 
reducción del 7 % . En el año 2000, cuando decidieron definitivamente no
 ratificarlo, sus emisiones eran ya un 18 % superiores a las de 1990. 
Las fuertes emisiones americanas se explican en gran parte por su baja 
fiscalidad en los combustibles, especialmente en la gasolina, y porque 
continúa basándose en el carbón propio como principal fuente energética 
de producción eléctrica (un 50 % ). De esta forma Estados Unidos 
mantiene su independencia en materia de generación eléctrica mucho mejor
 que Europa, que depende cada vez más de sus importaciones de gas 
natural, especialmente de Rusia (y de Argelia, en el caso de España).
 
Fuera
 de obligaciones de reducción (aunque también firman el tratado les es 
suficiente el aplaudirlo) quedan China y la India, Brasil y México, 
países que, a pesar de la modernización de sus industrias, son los que 
más aumentarán sus emisiones de carbono en los próximos años, debido al 
fuerte desarrollo del transporte público y privado. Por poner un 
ejemplo, cada año en China se se construyen unas cien 
centrales térmicas de carbón con una capacidad total de 75.000 Mw (cifra
 equivalente a casi dos veces la electricidad punta consumida en 
España). 
Tanto
 en los Estados Unidos como en Australia, en donde también la 
importancia del carbón es enorme (produce el 85% de su electricidad y 
representa el primer producto de exportación), se desarrollan en la 
actualidad costosos proyectos de investigación (FutureGen y Coal21) con 
el fin de obtener bajas emisiones atmosféricas de CO2 sin renunciar a su
 utilización en centrales térmicas, por ejemplo en aquéllas de nueva 
generación en donde el carbón se gasifica antes de ser quemado en 
turbinas de ciclo combinado (centrales IGCC). Dos de estas centrales 
pilotos existen también en Europa, una en Holanda y otra en España 
(Puertollano). También se desarrollan sistemas de enterramiento 
geológico del CO2 producido, que de esta forma no llega a emitirse. Uno 
de los métodos es el de la inyección y secuestro de CO2 en los propios 
pozos de petróleo y de gas explotados. .
A pesar de la controversia y de las dificultades de asumirlo, el Protocolo de Kioto en sí tendrá unos efectos muy modestos. 
En realidad resulta que sólo por respirar
 la humanidad emite al año unos 2.500 millones de toneladas de CO2… que 
es una cantidad considerable, mayor que la disminución requerida en el 
Protocolo de Kyoto (la reducción requerida en el Protocolo es de poco 
más de 1.000 millones de toneladas, un 5% de las emisiones de 1990).
De
 hecho, si se llevase a cabo en los próximos años la reducción original 
pactada, los modelos climáticos estiman que sólo se evitaría con ello 
una subida inferior a una décima de grado con respecto a la prevista en 
caso de que no se tomase ninguna medida.
 
Finalmente,
 no se ha establecido todavía ninguna forma de control internacional de 
las emisiones nacionales, con lo que su ejecución se hace todavía más 
dudosa. 
En
 Kioto se alcanzó un principio de tratado muy complejo, útil para muchos
 como slogan político, pero muy vago y nada pragmático y en el que muy 
pocos países salen perjudicados. 
