martes, 11 de octubre de 2011

Cosas a saber sobre el protocolo de Kioto

Miembros representativos de 39 gobiernos elaboraron y firmaron, en Diciembre de 1.997, en Kioto, Japón, un Protocolo por el que se comprometían, una vez que fuese ratificado el proyecto por un número suficiente de países —cuyas emisiones conjuntas de CO2 o equivalentes superasen el 55 % de las emisiones globales—, a llegar entre el año 2008 y el 2012 a una reducción total de sus emisiones de CO2 de un 5% con respecto a los niveles emitidos en 1990. El tratado ha sido ratificado por la Unión Europea pero no por los Estados Unidos. Cuando por fin el gobierno de Rusia se decidió a ratificarlo, el tratado entró en vigor en Febrero del 2005 (por haberse alcanzado entre los firmantes el 55% de las emisiones globales).
                                                                         
Los objetivos a cumplir en el tratado original son diferentes para cada país. Así, a los países de la Unión Europea se les permite que se repartan entre ellos las cuotas de reducción, para satisfacer un total de bajada del 8%. El reparto permite que países de este grupo, como España, aumenten sus emisiones en un 15 % (… pero al acabar el 2005 ya eran un 50 % superiores a las de 1990).
A pesar de que algunos países europeos, como España, difícilmente cumplirán lo pactado, es muy posible que el conjunto de la Union Europea sí lo logre, sin necesidad de aplicar nuevas políticas, ni sufrir nuevos costes (si bienlas emisiones del sector transporte han aumentado ya un 20 % entre 1990 y 2001…). Por eso algunos países de Europa son el motor del pacto, ya que es fácil firmar algo cuando no hay que sacrificar gran cosa. En efecto, Alemania, gracias al cierre de industria pesada tras su reunificación con la parte oriental rebajó sus emisiones per cápita de 12,2 toneladas/año en 1990 a 10,5 toneladas/año en 2004; el Reino Unido gracias al paulatino abandono del carbón desde los tiempos de Thatcher y su apuesta por el gas y la energía nuclear, pasó de 10,4 toneladas/año en 1990 a 9,6 toneladas/año en 2004; y finalmente, Francia, gracias a su opción de electricidad nuclear (el 80 % de su producción) pasó de tener en 1990 unas emisiones de CO2 per cápita de 6,5 toneladas/año a tener en 2004 unas emisiones de 6,7 toneladas/año. Sin embargo, las emisiones per cápita de España aumentaron de 5,7 toneladas/año en 1990 a 9.0 toneladas/año en 2004 (fuente: EIA).
                                                      
El telón de fondo del apoyo de estos países de Europa al Protocolo de Kioto es la política europea de abandono del carbón como fuente de energía eléctrica, en favor de las centrales movidas por energía nuclear y por gas metano. En efecto, la combustión de gas natural (metano) en las turbinas para la obtención de energía eléctrica emite aproximadamente 370 gramos de CO2 por cada kWh producido, frente a 750 gramos por kWh en las turbinas movidas por carbón. Razón por la cual se denigran las ventajas del carbón, combustible barato y abundante, presentándolo a la población como sucio y anticuado. Apenas se menciona el motivo de la falta de competitividad del carbón europeo frente a los carbones de otros países exportadores, que gozan de minas a cielo abierto, de mucha más fácil explotación.
                                                                   
El problema es diferente con Estados Unidos, país al que se le pedía una reducción del 7 % . En el año 2000, cuando decidieron definitivamente no ratificarlo, sus emisiones eran ya un 18 % superiores a las de 1990. Las fuertes emisiones americanas se explican en gran parte por su baja fiscalidad en los combustibles, especialmente en la gasolina, y porque continúa basándose en el carbón propio como principal fuente energética de producción eléctrica (un 50 % ). De esta forma Estados Unidos mantiene su independencia en materia de generación eléctrica mucho mejor que Europa, que depende cada vez más de sus importaciones de gas natural, especialmente de Rusia (y de Argelia, en el caso de España).
                                                     
Fuera de obligaciones de reducción (aunque también firman el tratado les es suficiente el aplaudirlo) quedan China y la India, Brasil y México, países que, a pesar de la modernización de sus industrias, son los que más aumentarán sus emisiones de carbono en los próximos años, debido al fuerte desarrollo del transporte público y privado. Por poner un ejemplo, cada año en China se se construyen unas cien centrales térmicas de carbón con una capacidad total de 75.000 Mw (cifra equivalente a casi dos veces la electricidad punta consumida en España).
                                                            
Tanto en los Estados Unidos como en Australia, en donde también la importancia del carbón es enorme (produce el 85% de su electricidad y representa el primer producto de exportación), se desarrollan en la actualidad costosos proyectos de investigación (FutureGen y Coal21) con el fin de obtener bajas emisiones atmosféricas de CO2 sin renunciar a su utilización en centrales térmicas, por ejemplo en aquéllas de nueva generación en donde el carbón se gasifica antes de ser quemado en turbinas de ciclo combinado (centrales IGCC). Dos de estas centrales pilotos existen también en Europa, una en Holanda y otra en España (Puertollano). También se desarrollan sistemas de enterramiento geológico del CO2 producido, que de esta forma no llega a emitirse. Uno de los métodos es el de la inyección y secuestro de CO2 en los propios pozos de petróleo y de gas explotados. .
                                                            
A pesar de la controversia y de las dificultades de asumirlo, el Protocolo de Kioto en sí tendrá unos efectos muy modestos.
En realidad resulta que sólo por respirar la humanidad emite al año unos 2.500 millones de toneladas de CO2… que es una cantidad considerable, mayor que la disminución requerida en el Protocolo de Kyoto (la reducción requerida en el Protocolo es de poco más de 1.000 millones de toneladas, un 5% de las emisiones de 1990).
De hecho, si se llevase a cabo en los próximos años la reducción original pactada, los modelos climáticos estiman que sólo se evitaría con ello una subida inferior a una décima de grado con respecto a la prevista en caso de que no se tomase ninguna medida.
                               

Finalmente, no se ha establecido todavía ninguna forma de control internacional de las emisiones nacionales, con lo que su ejecución se hace todavía más dudosa.
En Kioto se alcanzó un principio de tratado muy complejo, útil para muchos como slogan político, pero muy vago y nada pragmático y en el que muy pocos países salen perjudicados.