Conchín Fernández pasó de mujer del tiempo en TVE a cooperante del AECID en el Congo
- Érase una vez una periodista de TVE, mujer del tiempo en el Canal 24 horas, que dejó su anticiclónico trabajo para irse de cooperante a uno de los rincones más pobres del planeta.
-Y soy feliz. Es algo que llevo dentro, por eso he pasado por todo tipo de proyectos de voluntariado. Ya con catorce años, en Pamplona, leí en el periódico que unas familias gitanas estaban viviendo en unas condiciones deplorables y me fui para allá a intentar ayudar...
-Pero cambiar ahora una carrera profesional consolidada por el profundo Congo...
-Todo surgió a raíz de unos reportajes que hice allí en 2007. En España había conocido al padre Amable, un misionero ruandés establecido en el Congo, que me habló de la posibilidad de viajar a la zona para difundir el trabajo que se estaba realizando. Cuando me decidí, ya presentía que eso iba a cambiar mi vida, y así fue.
-¿Qué encontró?
-Miseria, enfermedad, muerte. Orfanatos cochambrosos, hospitales en ruinas. Es durísimo. Pero, a la vez, la posibilidad de ayudar a la gente y el ejemplo de las personas que trabajan aquí son un enorme estímulo. El padre Amable es un intelectual preparado y podría vivir muy bien en Occidente, pero el Congo es su elección. Como él dice, «incluso una sola gota en el mar hace el mar más grande».
-Adaptarse no debe de ser nada fácil.
-De hecho, antes de viajar sentí pavor, pero la decisión estaba tomada. Y cuando llegué también tuve miedo; temor físico, porque acechan muchos peligros, temor sanitario a coger cualquier enfermedad... Mi vida estuvo en riesgo unas cuantas veces. Te pasa absolutamente de todo, hasta el punto de que encontrarte dos escorpiones debajo de la cama queda reducido a una mera anécdota. En una ocasión, la barca en la que íbamos se quedó atascada en mitad del inmenso río Congo. Vi muy cerca el final...
-¿Cómo salió del trance?
-Fue increíble. De la nada más absoluta surgió un pescador vestido con la camiseta del Barça que nos ayudó con un remo. ¡La providencia! En un medio tan hostil terminas rindiéndote a ella y entiendes por qué, a pesar de todo, la gente es aquí alegre y muy religiosa.
-Estuvo primero en el «ex Congo francés», y ahora en la República Democrática del Congo con la Aecid. ¿Abruma Kinshasa?
-Es como una ciudad inmensa en la que hubiera caído una bomba atómica, un caos absoluto de doce millones de habitantes donde la gente vive en barrizales y estercoleros, lavándose en los charcos. Las condiciones de vida son ínfimas; tanto, que aquí el instinto de supervivencia prima sobre el maternal. Se abandona a muchos críos y por eso hay tantos niños de la calle, tanta inseguridad. Estamos en el segundo país más pobre del planeta. Un sesenta por ciento de la población es menor de edad, y la esperanza de vida es de cincuenta años. Además, ahora se palpa un clima tenso porque este año hay elecciones.
-¿Qué hace allí la cooperación española?
-Un trabajo bien enfocado, orientado a la educación y a la sanidad, porque son aspectos que mejoran las condiciones de vida de la gente más allá del corto plazo. No es lo mismo tener ambulancias que no tenerlas, y se acaban de ser entregadas unas cuantas. Los españoles podemos estar orgullosos de la labor de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo cuando reconstruye un hospital o levanta una escuela. Y también de su apuesta por estar al lado de los más pobres de entre los pobres.
-¿Echa algo de menos?
-A la familia y a los amigos. Pero quiero seguir en el Congo, llegar a conocer en profundidad el África negra. Además, te acostumbras a tener muy pocas necesidades materiales. ¡La vida real es esto!
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